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Reflexión para la IV Semana de Cuaresma.

Nuestro Hermano D. Daniel Barranco nos ayuda a reflexionar en esta semana IV de Cuaresma.

Nos encontramos en el ecuador de esta Cuaresma, y lo comenzamos con el domingo de Laetare, que nos invita a vivir la alegría ya que se acerca el tiempo de vivir nuevamente los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor. Esta alegría en mitad del camino la podemos entender muy bien, cuando peregrinamos a algún lugar; el camino se puede hacer duro, pesado… y pronto aparece en nosotros la desidia, el cansancio. Pero cuando a lo lejos vemos el lugar hacia el que nos dirigimos, recibimos en nuestro interior fuerzas renovadas, un impulso nuevo para llegar a la meta.

En una situación parecida nos encontramos en este momento, hace pocos días acudíamos a imponernos la ceniza, y en un suspiro nos encontramos preparando la túnica, el costal o el traje la banda. No podemos distraernos mucho en lo que queda de Cuaresma, parecería que estamos sordos o ciegos ante lo que Dios nos quiere decir, como en el evangelio de este domingo.

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No voy a entrar en los dos tipos de ceguera que aparecen en el evangelio, la física y la espiritual, sino que me voy a fijar un una actitud, que es lo que ha de posible que Dios actúe en este hombre, y es la sencillez, la humildad con que acoge lo que Jesús le pide. Sin dudarlo, sin buscar excusas acoge lo que Jesús le pide. Este encuentro personal le lleva a encontrar la verdadera Luz para su vida. Cuantas veces, no dejamos a Dios que ilumine nuestra vida amparándonos en mil excusas, y lo único que conseguimos es hacernos fuertes en un sufrimiento que no nos lleva a nada. Cuantas veces esta Dios llamando a las puertas de nuestro corazón para curar nuestras heridas, pero nuestro orgullo nos impide abrirle de par en par nuestro corazón.

Aprovechemos este último tramo de la Cuaresma para pedir precisamente a Dios la luz que necesitamos en nuestras vida, para tener la humildad y confianza para dejarle entrar en nuestras vidas, hasta el último rincón. Sin miedo a mostrarle nuestras ruinas, nuestras enfermedades, nuestras miserias… El quiere hacer obras grandes desde ahí, si le abrimos de par en par nuestros corazones.

Un saludo a todos.

Daniel Barranco